lunes, 28 de julio de 2014

Comentario sobre El desalojo y actividad

Breve comentario sobre   El desalojo


    La obra trata de una joven que se ve sumergida en una situación desesperada. Pertenece a un extracto social muy bajo, y la obra muestra la decadencia de valores de una sociedad que mira al mundo que lo rodea con indiferencia, y desprecio, aunque la condición de los que miran sea igual a la de Indalecia. Ella no sólo es desalojada del conventillo, sino también de sus hijos, y dado que para ella, sus hijos son lo más importante, lo que le da una identidad, Indalecia es también despojada de su propia identidad, algo que el mundo que la rodea no llega a comprender.


     Sánchez es un dramaturgo realista, y su deseo es plasmar es aquello que ve, y como lo presagia su título, El desalojo hace referencia, entre otras cosas, a esa tragedia urbana que fue una cruel y vergonzante realidad de principios de siglo y un problema, además, que atrajo la atención de sociólogos, escritores y políticos por igual.
    Aunque la pieza de Sánchez precede cronológicamente en un año a la huelga de inquilinos mencionada en la nota y a los desalojos en masa que fueron una de sus consecuencias, el tema era de candente actualidad.  Entonces, Sánchez se convertirá en un retratista de una época, especialmente del Buenos Aires del 900 donde está ambientada la obra. 


    Este pequeño sainete, forma típica de la época,  es una pieza de acto único que está ordenado en ocho escenas de las cuales las tres primeras están dedicadas a la motivación, la cuarta al planteo y la final a la peripecia y al desenlace.  Se transforma casi en una tragedia cuando el personaje principal quiere luchar contra un destino impuesto y pierde.   Pensemos que la mujer pobre en el 900 tenía pocas posibilidades, y todas terminaban en lo mismo, la prostitución. Dentro del momento es necesario pensar que la mujer no trabaja, quien lo hace es el hombre, y no existe para este ningún seguro social que lo ampare en caso de tener un accidente. Así que Indalecia, madre de varios hijos, casada con un hombre trabajador que tiene un accidente, se encuentra en la situación de tener que salir a trabajar. Eso le deja pocas posibilidades: puede trabajar en la costura, pero la gente del registro, que son los que reparten en trabajo, habitualmente piden favores sexuales a las mujeres que los van a pedir. Puede trabajar de noche en una fábrica, pero eso le impediría cuidar a sus hijos, y además estaría, sin duda, expuesta al acoso sexual por parte de los patrones o encargados. Y por último, puede prostituirse directamente. Pero ninguna de esas opciones son válidas para Indalecia, porque lo que ella quiere es un trabajo con dignidad que le permita educar a sus hijos, cosa que la sociedad entera le niega. 
   Aunque se inicia sin que la precedan usuales acotaciones, éstas no son necesarias ya que el diálogo mismo se ocupa de hacer conocer el lugar de la acción, el patio de un conventillo. El telón se levanta sobre una protesta. La Encargada, quien acaba de abandonar la pieza de una vecina, le exige rudamente desde la puerta el pago del alquiler atrasado y rezonga airadamente cuando oye que ésta no puede complacerla. Mientras se aleja mascullando improperios, tropieza con un mueble de propiedad de Indalecia quien, teóricamente desalojada, ha amontonado a la puerta de su habitación sus pocos enseres a la espera de nueva vivienda. La indignación y lamentos de la italiana son apoyados y repetidos por otra vecina. Ambas mujeres descargan su crueldad en la indefensa Indalecia acusándola de no querer salir a buscar trabajo. «Si no he hecho otra cosa que buscar ocupación», les explica. «Ustedes bien lo saben. Costuras no le dan en el registro a una mujer vieja como yo. Ir a la fábrica no puedo, ni conchabarme, pues tengo que cuidar a mis hijos...». Sí, su problema son sus hijos. No sólo para encontrar trabajo sino también para hallar nuevo alojamiento ya que, aunque no se mencione esto en la obra, la escasez de vivienda era tal que, como comenta un autor de la época, «si a un matrimonio le es difícil hallar habitación, al que tiene hijos le es poco menos que imposible, y más imposible cuantos más hijos tiene». La prole de los pobres era su riqueza, mas también su infortunio.
    La segunda escena incorpora a la trama a un nuevo personaje, el italiano don Genaro, personificación de la bondad y el desprendimiento. Cuando oye las últimas palabras de la Encargada, quien sigue complaciéndose en torturar a Indalecia, su impaciencia con la impiedad humana se hace justificada cólera: «¡Mándensen mudar de aquí!... ¡No tienen vergüenza!... ¡Estar embromando a la pobre mujer!... ¡Bruta gente!...»(2). Y este «¡bruta gente!», constantemente repetido a lo largo de toda la pieza, será su estribillo definidor de la inhumanidad de sus congéneres. Esa noche Indalecia y sus cuatro hijos no tendrían qué comer si no es por la generosidad de don Genaro quien aparece en la escena siguiente con un pan que reparte en trozos a los niños. Pero su visita lleva asimismo el segundo propósito de darle a Indalecia noticias de su marido. «Le han hecho la operación...» (ibid.), le dice Indalecia, angustiada -su marido ha sufrido un accidente que puede dejarlo paralítico- se deja vencer momentáneamente por tanta adversidad, por la crueldad de sus vecinas y amargamente se lamenta de su suerte. 
      Minutos después se oye un tumulto en el patio: se trata de un grupo de chiquillos que acosan a un viejo soldado, inválido que es salvado por don Genaro -su segundo rescate del día-.  Descubrimos que este personajes es el padre de Indalecia, aunque han pasado muchos años desde la última vez que se vieron. El distanciamiento se debió, parece, a que el padre no aprobó el casamiento de su hija. Su súbita reaparición en la vida de ésta se debe a que se enteró por los diarios de su inminente desalojo y de que se estaba levantando una, suscripción pública para ayudarla. Olfateando dinero fácil, se apuró en venir, objetivo que esconde tras un débil ofrecimiento de ayuda -«Si en algo puedo servirte, ¿sabes?» (ibid.)- que nadie cree; minutos después, delata en una aparentemente inocente pregunta el verdadero motivo de su visita: «¿Te trajeron la plata e la suscrición ya?» (ibid.). 
   Como ella le responde en forma negativa, él se apresura a aclararle, revocando así su anterior oferta, que no puede ayudarla con nada porque anda «muy misio» y vive «en el cuartel del 5.°» (ibid.). Pero, añade, «si querés, te puedo buscar la pieza pa mudarte...» (ibid.). Cuando Indalecia rehúsa, a él se le ocurre una idea que cree felicísima: «Espérate un poco. Hay un asilo de güérfanos militares, ¿sabes?... Allí... ¡pucha madre!... Si yo no estuviera tan desacreditao con el coronel... le podía pedir una recomendación» (ibid.). He aquí la antesala del planteo, el cual se evidenciará cuando Indalecia le pregunte para qué necesita del asilo y él le responda: «Pa que metas toda esa colmena de muchachos... ¿Qué vas a hacer con ellos?...» (ibid.). Él, junto con el resto de la sociedad -como se verá más adelante- cree que la mejor manera de solucionar un problema es echarlo en la falda de otros. 
    La Encargada, que acaba de entrar, apoya la sugerencia del Inválido con razones de orden práctico y trata de convencer a Indalecia, quien se resiste, de las bondades encerradas en la idea de separarse de sus hijos. Un repentino desacuerdo entre el soldado y la italiana -ésta acaba de agredir de palabra a Indalecia- provoca la tercera intervención de don Genaro quien echa con violencia a la Encargada. Minutos después aparecen el Comisario y un periodista de La Nación.
    Este le hace entrega a Indalecia de los resultados de la colecta iniciada por su periódico -la mísera suma de sesenta pesos- y de la lista con los nombres de los donantes. Emocionada y humillada al mismo tiempo y sin atenerse a aceptar el dinero, estrecha en un abrazo a sus hijos mientras derrama lágrimas de alivio y vergüenza. Su padre, cuya sensibilidad y escrúpulos brillan por su ausencia, le reprocha: «¿Sabe que está lindo esto? Cuando te train la salvación te pones a llorar. Lo hubieras hecho antes» (7). Acto seguido toma el dinero, se lo da a Indalecia y le ordena: «¡Agarra y da las gracias, pues!...» (ibid.). Pero este inesperado acto de caridad no termina allí, en los sesenta pesos. La «salvación» de Indalecia no está completa si no le quitan sus hijos. 
   El Comisario le informa que en su interés él ha hecho algunas diligencias y ha conseguido colocar al mayor de ellos en la Correccional de Menores donde «aprenderá un oficio y se hará un hombre útil» (ibid.) y a los demás en un asilo a cargo de la Sociedad de Beneficencia. El asombro inicial de Indalecia se transforma inmediata y bruscamente en firme y desesperada resistencia: «¡Mis hijos!... ¡No!... ¡No!... ¡No me separo de ellos!... ¡De ninguna manera...! ¡Ni lo sueñen!...» (ibid.). Y comienza ahora la expoliación: el periodista («Tiene que resignarse, señora. Es natural que le duela separarse de ellos, pero preferible es que se los mantenga la Sociedad a que mañana tengan que andar rodando por ahí...»), el Comisario («¿Prefiere usted verlos morirse de hambre o convertidos en unos perdularios?») y el incomparable veterano de Estero Bellaco [(«¿Pero ha visto qué rica cosa?... Es la primera vez que la patria se ocupa de proteger a este viejo servidor, atendiéndole los nietos, y vos te opones. No seas mal agradecida, mujer...» (ibid.)], han acumulado sus supuestamente válidas pero egoístas razones para ejercer la caridad y, al mismo tiempo, aniquilar a un ser humano. Ella pide que le den trabajo, porque contando con una entrada fija no le será difícil mantener y educar a sus hijos. Pero nadie la escucha. Lo único que ella ha pedido es lo único que la sociedad no puede darle dado que no entra dentro de las posibilidades consideradas por la beneficencia pública. Sólo la comprende don Genaro, quien ve la torpeza de la caridad oficial que da con una mano y quita con la otra. Su estribillo «¡Oh, bruta quente!» (ibid.), define nuevamente su visión de aquélla así como su propia compasión.
    La escena siguiente trae a un fotógrafo de Caras y Caretas (la revista donde habían salido el certificado y la fotografía de doña Anunziata de Mano Santa) dispuesto a registrar para la posteridad la tragedia de Indalecia. Su eficiencia y su insensibilidad ante el sufrimiento de la pobre mujer excitan la ira de don Genaro quien, arriesgando ser arrestado, intenta arrojar a todos a la calle, incluso al Comisario, con un encolerizado «Ma esto es una barbaridá... Mándese mudar... ¡Per Dío!... ¡Qué bruta quente!... Deque tranquila esa pobre muquer... ¡Caramba!... ¡Caramba!...».  
    Pero la voluntad de Indalecia va siendo minada lenta y eficazmente por la insistencia de sus atacantes, que van argumentando con distintas razones:  ella puede enfermarse, puede morirse, sus hijos aprenderán allí un oficio, estarán libres de tentaciones... Finalmente, totalmente destruida, Indalecia cede: «Bueno... Sí... Hagan de mí lo que quieran...» (ibid.). Estas palabras son claudicación y entrega, no de sus hijos sino de su persona misma. 
    Sánchez ha llegado así a la peripecia sin violencias aparentes o visibles pero con un desgarre interior mucho más elocuente que cualquier agresión física. Sin embargo, y aunque cueste creerlo, el despojo todavía no ha terminado. Aún queda algo por entregar y ese algo le será quitado por su propio padre: «¡Che, mi hija!... Hoy no he morfao nada, ¿sabés?... Refílame un nalcito de ésos que te dieron...» (ibid.). Ella, ya sin fuerzas para luchar contra la insensibilidad humana le entrega todo el dinero porque ya para nada le sirven.  Sollozando, se abraza a sus hijos, mientras lentamente va bajando el telón. 
  En definitiva, la sociedad ha cumplido así su cometido: ha destruido un alma creyendo que podía comprarla por sesenta pesos. Sin futuro, Indalecia queda allí aturdida y sola, torturada por una realidad que no alcanza a comprender pero cuyos alcances ha sentido en carne propia. Su fuerza moral impresiona, su lucha persuade y su derrota sobrecoge: he ahí el maravilloso tema de esta obra
    El estado y la sociedad parece poner en primer lugar el deseo de que esos niños sean “útiles” para el mercado, sacrificando el amor que una madre puede dar, y la ecuación que ella misma puede proporcionar. En una palabra, el vínculo afectivo.
    Cabe aclarar que Indalecia se presenta constantemente como una mujer implicada y afectuosa con sus hijos, que aún cuando ellos están en la miseria le enseña a agradecer la comida que les pueden proporcionar. No es una mujer que los desatienda, sino todo lo contrario, vive para y por ellos, y vive esperando que la situación cambie.
      
Material de apoyo:  http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-desalojo-o-el-crimen-de-una-sociedad-complice/html/a5d585bf-d94f-4daa-a107-3a7da30bd6d7_4.html



EL DESALOJO  (Actividad).

Sobre la obra en general:

1.    ¿En qué consiste el conflicto? ¿Qué personaje aparece como centro del mismo? Argumenta.

2.    Realiza una descripción del ambiente (escenario) que enmarca el conflicto a partir de los recursos escénicos que indica el dramaturgo y los datos proporcionados por los personajes.

3.   Anota las características de los personajes  a partir de lo que dice, de lo que hace y de lo que dicen de él: La Encargada, Las Vecinas (comparándolas), Indalecia, Genaro, el Inválido, El Comisario, El Periodista y el Fotógrafo.

Sobre la escena VI:

1.   ¿Cuál es el estado de ánimo de Genaro? ¿Qué recursos escénicos nos permiten deducirlo? ¿De qué situación proviene?
2.     ¿Qué tipo de reacción tiene Genaro con la Encargada? ¿Cómo le responde ella?
3.    ¿Qué atmósfera percibes en esta escena? ¿De qué manera la representa el dramaturgo?  

Sobre la escena VII:

1.      ¿Qué representa el comisario en relación a la escena anterior?
2.      ¿Cómo resulta el testimonio de la Encargada? ¿Por qué?
3.      ¿Qué significado simbólico podrían tener las actitudes del Inválido?  Fundamenta.
4.      ¿Qué función cumplen el Comisario y el Periodista en relación al conflicto?
5.      ¿Qué papel juegan los medios de Comunicación  en este conflicto? ¿Qué críticas puedes hacer al respecto?


Sobre la obra en general:

Piensa que eres un director de teatro y contesta lo siguiente:
a) ¿Cómo vestirías a Indalecia?  Puedes realizar un dibujo.
b) ¿Cómo supones que debería estar maquillada?
c) ¿Qué gestos del personaje predominarían ante el público durante la obra?
d) ¿Cómo harías la puesta en escena del final de la obra? Explica con detalles todo lo que tendrías en cuenta (música, vestuario, movimientos en el escenario, ubicación en el mismo de los personajes, gestos de todos, etc.)

fuente: www.uruguayeduca.edu.uy

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